sábado, 23 de febrero de 2013

Democracia y el Estado de Derecho


En la convulsión de estos tiempos, que constantemente se está cuestionando la vigencia de la organización política de los países, sería bueno que los ciudadanos hiciéramos una reflexión sincera sobre una serie de temas respecto los cuales, los políticos, no son capaces de ponerse de acuerdo, debidoal interés particular que los mueve, en cuanto no están dispuestos a ceder cotas de poder político y económico que ostentan.

Pienso que los ciudadanos, en general tenemos un problema de autoestima. Los políticos no nos dicen lo que piensan sinceramente, nos engañan. Dicen que van a hacer algo y hacen lo contrario. El hecho de estar en el poder o la oposición les hace cambiar su opinión sobre mismos objetos. Nunca piden perdón, porque nunca se equivocan.

Y los ciudadanos seguimos votándolos, haciéndoles caso y creyéndonos todo lo que nos dicen. Los ciudadanos, en general, somos ignorantes, sin autoestima, sin dignidad y en definitiva, tenemos los políticos que nos merecemos. Es una vergüenza, no que nos atropellen, sino que nos dejemos atropellar.

Constantemente nos confunden al identificar la democracia con los partidos politicos y el Estado de Derecho.

Pienso que primero son las ideas que todos tenemos sobre la igualdad, justicia y democracia. Todo lo deriva de estos conceptos. Bajo estos ideales se construye el Estado de Derecho, o sea todas las normas legales de un país. Pero la fidelidad a los conceptos de Derecho Natural es lo más importante. Lo segundo son las leyes y la propia Constitución.

En esto momentos pienso que sería muy conveniente plantearnos si nuestro Estado de Derecho se ajusta a estas ideas de democracia, justicia e igualdad sobre las cuales, todos y cada uno de los ciudadanos,  tenemos una percepción muy clara.

Los partidos políticos monopolizan, en estos momentos, todo el poder del Estado. A través del Parlamento pueden legislar a su antojo. Nombran a los órganos de gobierno del poder judicial, controlan los procesos judiciales penales a través de la Fiscalía, institución legalmente jerarquizada. Nombran los componentes del Tribunal Constitucional, el tribunal más importante y el más politizado.

Los partidos políticos determinan los candidatos, que son las únicas personas a las que podemos elegir los ciudadanos.

La clave de todo está en pensar si realmente estos partidos son democráticos, o simplemente están dominados por unas oligarquías de personas sin oficio ni beneficio, que solo están ahí para defender sus intereses personalísimos, al margen de las ideas y del interés público.

No existe ninguna regulación obligatoria legal que vele por la salvaguardia de la democracia interna en los mismos. Los que ostentan el poder, los partidos, no tienen ninguna voluntad en variar su estatus, ni en ser controlados. En el primer proyecto de ley de Transparencia estaban excluidos del control establecido por la propia futura ley. Esto se puede hacer extensivo a los Sindicatos.

Si la conclusión es que no existe democracia interna en los partidos, todo nuestro sistema democrático se convierte en una gran falacia. El poder que reside en el pueblo lo ostentan unos grupos oligarcas de corporativistas que solo se preocupan de mantener sus puestos.

Por otro lado, aunque los partidos políticos fueran democráticos, ¿Nos interesa permitir que todos los poderes del Estado este en unas únicas manos? El poder absoluto corrompe?

Parece, en principio, que un sistema como el de los Estados Unidos que dichos poderes están separados e independizados (ejecutivo, legislativo y judicial) es una mejor garantía de la democracia.

La democracia es el valor supremo, el que da estabilidad a las naciones. De la democracia debe fluir el Estado de Derecho. No al revés. El Estado de Derecho no puede limitar ni mediatizar la democracia.

El Estado de Derecho se tiene que adecuar a la voluntad de los ciudadanos de las naciones, ya sean entes supraestatales, estatales, comunidades o simplemente pueblos o ciudades. De lo contrario, surgen conflictos y surge violencia. Es fácil observar este hecho en los regímenes autocráticos y en las emergentes democracias.
 

Modest Sala